02 Febrero: El Observador Imparcial
02 Febrero: El Observador Imparcial
“Observa la realidad tal como es, no como te gustaría que fuera.” — S.N. Goenka
Fuente/Tradición: Meditación Vipassana
La Historia: El Rey y el Elefante Furioso
En las crónicas de la antigua India se narra la historia de un rey poderoso que recibió un regalo digno de su estatus: un elefante de guerra blanco, una bestia magnífica de colmillos largos y piel gruesa como la corteza de un árbol milenario. Pero el animal era salvaje, temperamental y peligroso. El rey, fascinado por su poder, contrató al mejor mahout (domador) del reino para someterlo.
Durante meses, el domador trabajó con paciencia infinita. Usó la disciplina y la recompensa. Poco a poco, la bestia aprendió a obedecer. El día de la presentación oficial, la corte entera contuvo el aliento. El elefante, adornado con sedas y joyas, obedecía órdenes complejas con la precisión de un soldado: se arrodillaba, cargaba contra objetivos simulados, recogía flores delicadas con su trompa sin romperlas. El rey estaba exultante. “Es perfecto”, declaró. “Su mente es mía”.
Semanas después, el rey decidió llevar al elefante a una cacería real en la selva profunda. Se sentía invencible a lomos de aquella montaña viva. Pero la naturaleza tiene leyes que no obedecen a reyes ni a domadores.
Mientras avanzaban por un sendero estrecho, el viento cambió. El elefante captó un olor inconfundible: el aroma de una hembra en celo en la espesura cercana.
La transformación fue instantánea y aterradora. Los ojos del animal, antes dóciles, se inyectaron en sangre. Sus orejas se abrieron como abanicos de guerra. Soltó un barrito que heló la sangre de la comitiva y, ignorando los gritos y los golpes de gancho del domador, cargó ciegamente hacia la selva.
El caos se desató. El elefante arrasaba árboles jóvenes como si fueran ramitas. El rey, aterrorizado, se aferraba a las cuerdas del palanquín, viendo cómo la muerte se acercaba en cada rama baja. El domador, dándose cuenta de que había perdido toda autoridad sobre la bestia, gritó por encima del estruendo: “¡Majestad! ¡Agárrese a la rama de un árbol fuerte cuando pasemos por debajo! ¡He perdido el control sobre su cuerpo, pero no sobre su mente!”.
En un momento de desesperación, el rey vio una rama robusta de un baniano, saltó y quedó colgado mientras el elefante desaparecía en la oscuridad de la selva, bramando de deseo.
Días después, el elefante regresó al palacio por su propia voluntad. Estaba sucio, hambriento y completamente calmado. La fiebre del deseo se había consumido. El rey, que había sobrevivido de milagro, estaba furioso. Mandó llamar al domador para ejecutarlo por fraude. “¡Me dijiste que estaba entrenado!”, gritó el monarca, temblando de ira. “¡Casi me mata! ¡Es una bestia traicionera!”.
El domador, arrodillado pero con la voz firme, respondió: “Majestad, no le mentí. Yo puedo entrenar su cuerpo. Puedo entrenar sus hábitos. Pero nadie, ni siquiera los dioses, puede controlar la fuerza de la naturaleza cuando surge la pasión ciega. Ni siquiera el propio elefante podía detenerse. La pasión es un fuego que quema hasta que se agota el combustible”.
El domador explicó entonces una verdad profunda: la única forma de sobrevivir a esa fuerza no era luchar contra ella frontalmente (pues serías aplastado), sino observarla desde la distancia. Entender que es una ola: surge, crece, rompe con violencia y, inevitablemente, se desvanece.
El rey, que era sabio además de orgulloso, comprendió. Se dio cuenta de que él mismo era como el elefante. A veces, la ira, la lujuria o el miedo lo secuestraban. Y tratar de suprimir esas emociones a la fuerza era tan inútil como intentar detener a un elefante en celo con las manos desnudas. Necesitaba aprender a “bajarse del elefante” a tiempo. Necesitaba aprender a trepar al árbol de la consciencia y observar la tormenta desde arriba hasta que pasara.
La Lección:
Tus emociones no son “tú”. Son fenómenos meteorológicos que ocurren dentro de tu paisaje interno, pero no definen tu geografía permanente.
Cuando dices “Estoy enfadado”, cometes un error lingüístico y ontológico grave. Te estás identificando con la emoción. Te conviertes en el elefante. Es mucho más preciso y útil decir: “Siento ira en este momento”. O mejor aún, con la frialdad de un científico: “Hay ira presente en este cuerpo”.
La técnica del Observador Imparcial (o Sakshi en la tradición yóguica) consiste en disociarte de la emoción en tiempo real. Imagina que estás sentado en la orilla de un río caudaloso. El río es tu flujo de pensamientos, sensaciones y emociones. A veces el agua baja cristalina y tranquila. A veces, tras una tormenta, baja turbia, violenta, arrastrando ramas rotas, barro y basura (ira, miedo, celos, envidia).
La mayoría de la gente, cuando ve el agua sucia, se tira al río. Intentan nadar contra corriente, o se dejan arrastrar, ahogándose en el drama, tragando agua, golpeándose contra las rocas. El guerrero hace algo diferente. Se queda en la orilla. Se sienta en la hierba. Mira el agua sucia pasar y dice: “Vaya, hoy el río baja con mucha ira”.
Y la deja pasar. No intenta detener el río (represión). No se bebe el agua (identificación). Solo observa.
Si observas una emoción con curiosidad científica (“mira cómo me late el corazón”, “mira cómo se me calientan las orejas”, “mira cómo aprieto la mandíbula”), la emoción pierde su poder de secuestrarte. Deja de ser un monstruo que te controla y se convierte en un objeto de estudio. Y como todo objeto observado, eventualmente cambia y desaparece.
Reflexión Final:
- La Identificación: ¿Con qué emoción sueles fusionarte más a menudo hasta perder la perspectiva? (¿Ansiedad por el futuro? ¿Irritación por la incompetencia ajena? ¿Tristeza nostálgica?).
- El Río: ¿Puedes recordar un momento reciente en el que te dejaste arrastrar por la corriente y dijiste o hiciste algo de lo que te arrepentiste en cuanto el agua se aclaró?
- La Práctica de Hoy: Conviértete en un científico de ti mismo. Hoy, cuando sientas una emoción fuerte (positiva o negativa), no la reprimas ni la expreses ciegamente. Etiquétala. Di mentalmente: “Esto es impaciencia”. “Esto es envidia”. “Esto es euforia”. Obsérvala como si fuera un bicho raro bajo un microscopio. Mira cómo surge, cómo llega a su pico y cómo, si no la alimentas, se desvanece.