23 Febrero: Ecuanimidad bajo Fuego
23 Febrero: Ecuanimidad bajo Fuego
“La paz no es la ausencia de conflicto, es la capacidad de manejar el conflicto por medios pacíficos.” — Ronald Reagan (Aunque la práctica es budista)
Fuente/Tradición: Budismo Engagé / Guerra de Vietnam
La Historia: El Monje y los Piratas
Es fácil tener paz interior cuando estás en un retiro de yoga en Bali, con incienso, comida vegana y música suave. Cualquiera puede ser un Buda en el paraíso. Pero el verdadero autocontrol se prueba en el infierno.
Thich Nhat Hanh, el monje budista vietnamita, vivió ese infierno. Durante la Guerra de Vietnam, vio su país destrozado. Vio aldeas quemadas por napalm, cuerpos desmembrados y odio fratricida. Muchos de sus compañeros monjes, desesperados por la impotencia, se suicidaron quemándose a lo bonzo en las plazas públicas. Otros colgaron los hábitos y tomaron fusiles. Thich Nhat Hanh eligió un tercer camino, el más difícil de todos: la Ecuanimidad Radical.
Fundó la “Escuela de la Juventud para el Servicio Social”. Un ejército de paz. Jóvenes voluntarios iban a las zonas de combate, no a matar, sino a reconstruir aldeas bombardeadas, montar hospitales de campaña y escuelas. Trabajaban bajo el fuego cruzado. A menudo morían. Pero la historia que mejor define su poder ocurrió en el mar.
Thich Nhat Hanh organizaba misiones de rescate para los “boat people”, refugiados que huían de Vietnam en barcazas precarias hacia Singapur o Tailandia. Un día, su barco, abarrotado de mujeres, niños y ancianos aterrorizados, fue interceptado por piratas de mar tailandeses. Los piratas eran brutales. Armados con machetes y fusiles, abordaron el barco. Querían oro, comida y mujeres jóvenes. El pánico estalló en la cubierta. La gente gritaba, lloraba, empujaba. El caos era total. Y el caos es lo que los piratas querían, porque el miedo hace a la gente dócil y estúpida. Si el pánico continuaba, los piratas matarían a todos o hundirían el barco.
En medio de ese torbellino de terror, Thich Nhat Hanh hizo algo imposible. Se sentó en la cubierta, cruzó las piernas en posición de loto, cerró los ojos y comenzó a respirar. Inhalar. Exhalar. No estaba rezando para que Dios los salvara. Estaba generando un campo de fuerza de calma. Su serenidad era tan profunda, tan sólida y tan incongruente con la situación, que actuó como un ancla psíquica. Una niña lo vio y dejó de llorar. Su madre la vio y se calmó. Un hombre lo vio y bajó los brazos. Como una onda expansiva, la calma se contagió. El silencio se hizo en la cubierta. Incluso los piratas se quedaron desconcertados. Estaban acostumbrados a gritos y súplicas, no a una dignidad silenciosa. Esa pausa, ese cambio de atmósfera, permitió a Thich Nhat Hanh negociar con ellos desde una posición de claridad, no de miedo. Les dieron lo que querían (bienes materiales) y los piratas se fueron sin matar ni violar a nadie.
Thich Nhat Hanh dijo después: “Si en un barco de refugiados hay al menos una persona que mantenga la calma, hay esperanza para todos”.
La Lección:
La ecuanimidad (Upekkha en pali) no es indiferencia. No es que no te importe. Te importa la vida, te importa el dolor. La ecuanimidad es el equilibrio mental inquebrantable. Es ser el ojo del huracán. Todo gira, destruye y ruge a tu alrededor, pero en tu centro hay un punto de quietud absoluta.
Tu calma es tu mejor arma táctica. Cuando te alteras, tu coeficiente intelectual baja 20 puntos. Tu visión de túnel se activa. Te vuelves estúpido y reactivo. Cuando te mantienes ecuánime, ves opciones que los demás no ven porque están cegados por el miedo.
Reflexión Final:
- El Contagio: Las emociones son virus. El pánico es altamente contagioso. La ira es contagiosa. Pero la calma también lo es. En tu casa o en tu trabajo, ¿eres el “Paciente Cero” del estrés o eres la vacuna de la calma?
- El Barco: Piensa en una crisis reciente. ¿Fuiste el que gritaba y corría en círculos, o fuiste el que se sentó a respirar para poder pensar?
- La Práctica de Hoy: La próxima vez que haya “fuego” (tu hijo se hace una herida, se cae un servidor en el trabajo, alguien te grita), haz lo contrario de lo que te pide el instinto. En lugar de acelerar, frena. Muévete un 10% más despacio. Habla un 10% más bajo y más lento. Sé el ancla. Sé la persona en el barco.