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Miguel Ángel Ballesteros

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03 Octubre: La Enfermedad de la Victoria

03 Octubre: La Enfermedad de la Victoria

“La ambición de dominar las mentes es la más fuerte de todas las pasiones.”Napoleón Bonaparte

Fuente: Historia Militar / Estrategia

La Historia: El Emperador Ciego

Junio de 1812. Napoleón Bonaparte está en la cima del mundo. Europa es su tablero de ajedrez y él ha ganado todas las partidas. Austerlitz, Jena, Friedland… nombres grabados en oro. Se cree invencible, tocado por el destino, un hombre para el que las reglas de la logística y la guerra convencional no aplican.

Reúne a la Grande Armée, la fuerza militar más grande jamás vista en Europa: más de 600.000 hombres, miles de cañones, una marea humana destinada a aplastar a Rusia y forzar al Zar Alejandro a someterse. Sus asesores, sus mariscales más leales, le advierten. Le hablan de la inmensidad de las estepas, de la pobreza del terreno, del invierno que se avecina. Caulaincourt, su embajador en Rusia, le ruega que no vaya.

Pero Napoleón ya no escucha. Su ego ha devorado a su genio. “¿Rusia?”, piensa. “Una campaña de tres semanas. Estaremos en Moscú antes de que caigan las hojas”.

La invasión comienza y el enemigo no aparece. Los rusos se retiran, quemando la tierra, dejando atrás solo polvo y pozos envenenados. El ejército de Napoleón, diseñado para victorias rápidas y decisivas, empieza a morir no por las balas, sino por el hambre, el tifus y el agotamiento. Pero Napoleón sigue avanzando, empujado por la inercia de su propia leyenda. No puede detenerse, porque detenerse sería admitir un error, y un dios no comete errores.

Llega a Moscú, esperando que los boyardos le entreguen las llaves de la ciudad. Encuentra una ciudad fantasma que pronto arde en llamas. Espera una rendición que nunca llega. Y entonces, el General Invierno despierta.

La retirada es un infierno dantesco. Hombres congelados de pie, caballos devorados por soldados enloquecidos, el cruce del Berézina teñido de sangre. De los 600.000 hombres que cruzaron el Niemen, menos de 40.000 regresaron en condiciones de combatir. El ego de un solo hombre había sembrado medio millón de cadáveres en la nieve. Napoleón no fue derrotado por el ejército ruso; fue derrotado por su propia creencia en su invulnerabilidad.

La Lección:

Los historiadores militares lo llaman “La Enfermedad de la Victoria”. Es el patrón recurrente donde el éxito engendra el fracaso.

Cuando ganas repetidamente, empiezas a olvidar los factores que te llevaron al éxito: la preparación meticulosa, la prudencia, el análisis del riesgo, la suerte. Empiezas a creer que ganas porque eres . Que tienes el “toque de Midas”. Que puedes ignorar los fundamentos porque eres especial.

El ego te dice que puedes saltarte los pasos. Que no necesitas hacer el estudio de mercado. Que puedes tratar mal a tu equipo y se quedarán. Que puedes dejar de entrenar y seguirás ganando.

Napoleón olvidó que la logística vence a la táctica. Olvidó que la geografía es terca. Su éxito pasado se convirtió en la venda que le impidió ver el peligro presente. El guerrero sabe que cada batalla es nueva. Las medallas de ayer no paran las balas de hoy. El momento más peligroso es justo después de una gran victoria, cuando la guardia baja y el ego sube.

Reflexión Final:

  1. ¿Dónde te sientes invencible? ¿En qué área de tu vida te has relajado porque “siempre te ha ido bien”?
  2. La Auditoría de Fundamentos: Revisa tus hábitos actuales en esa área. ¿Sigues preparándote con la misma intensidad que cuando eras un novato hambriento? ¿O estás viviendo de las rentas?
  3. La Práctica de Hoy: Identifica un “básico” que hayas dejado de hacer por exceso de confianza (revisar las cuentas, calentar antes de entrenar, escuchar a tu equipo). Retómalo hoy mismo. Vuelve a la disciplina del principiante.