26 Diciembre: La Muerte del Ego
26 Diciembre: La Muerte del Ego
“Véndeme tu inteligencia y compra asombro.” — Rumi
Fuente/Tradición: Sufismo / Mística
La Historia: El Rey y el Mendigo
Ibrahim Ibn Adham era el rey de Balkh (en el actual Afganistán). Era un monarca inmensamente rico y poderoso. Vivía en un palacio de oro y mármol, rodeado de un ejército de guardias, cientos de sirvientes y lujos inimaginables. Su voluntad era ley. Su nombre era temido. Su identidad estaba totalmente fusionada con su cargo: “Yo soy el Rey”. Una noche, mientras dormía en su cama de seda bajo un techo incrustado de joyas, oyó pasos fuertes en el tejado del palacio. Se despertó furioso. ¿Quién osaba caminar sobre la cabeza del rey? Gritó: “¿Quién está ahí?”. Una voz profunda respondió desde arriba: “Un amigo. Busco a mi camello perdido”. El rey se rió con incredulidad y desprecio: “¡Estúpido! ¿Buscas un camello en el tejado de un palacio? ¿Estás loco?”. La voz respondió inmediatamente: “¿Y tú buscas a Dios en una cama de seda? ¿Quién es el loco?”.
Esa frase atravesó el corazón del rey como una flecha de luz. Se quedó paralizado. En un instante de claridad aterradora, se dio cuenta de que todo su “reinado”, su “poder”, sus “títulos” y su “identidad” eran barreras. Eran disfraces pesados. Eran una jaula de oro. El Ego es el disfraz que nos ponemos para sentirnos especiales, separados y superiores a los demás. “Yo soy el Rey”. “Yo soy importante”. “Yo tengo razón”. “Yo merezco esto”.
Ibrahim se levantó, se quitó sus ropas reales bordadas en oro, se vistió con los harapos de un jardinero y abandonó el palacio esa misma noche para siempre. Se convirtió en un derviche errante. Caminó por el desierto, trabajó como jornalero, durmió en mezquitas y comió lo que le daban. Años después, un antiguo sirviente de su corte lo encontró cosiendo su túnica rota junto a un río. El sirviente, horrorizado al ver a su antiguo amo en tal estado, le dijo: “Majestad, ¿por qué dejó el reino para vivir en la miseria? ¿Por qué cambió el poder por la nada?”. Ibrahim le miró con ojos brillantes de alegría. Tiró su aguja de coser al río. Luego hizo un gesto suave con la mano. Mil peces sacaron la cabeza del agua, y cada uno tenía una aguja de oro puro en la boca. Ibrahim sonrió y dijo: “¿Qué reino es mayor? ¿El que yo controlaba con miedo y ejércitos, o el que fluye conmigo ahora que no soy nadie?”.
Cuando matas al Ego (la necesidad de ser especial), te conectas con el Todo. Cuando dejas de defender tu “imagen”, te vuelves invulnerable. Nadie puede ofender a quien no es nadie. Nadie puede robar a quien no posee nada.
La Lección:
Llegamos al final del camino. El obstáculo final para la Integración no es externo. No es la falta de disciplina, ni la falta de dinero, ni la falta de tiempo, ni “el sistema”. El obstáculo final eres Tú. O mejor dicho, tu idea de Ti. Tu Ego. Esa voz en tu cabeza que dice: “Me han ofendido”, “Merezco más respeto”, “Tengo que demostrarles quién soy”, “No pueden tratarme así”.
Esa voz es un parásito. Consume el 90% de tu energía vital defendiendo un castillo de arena imaginario. Te hace reactivo. Te hace frágil. Te hace esclavo de la opinión de los demás. La Integración requiere la muerte del Ego. Requiere que te des cuenta de que no eres tus títulos, ni tu cuerpo, ni tu historia, ni tu cuenta bancaria. Eres la Consciencia desnuda que observa todo eso. Y esa Consciencia es la misma en ti, en mí, en el rey y en el mendigo.
Vende tu inteligencia (tu necesidad de explicar, juzgar y controlar todo). Compra asombro (la capacidad de vivir el misterio de la existencia sin etiquetas).
Reflexión Final:
- La Ofensa: Piensa en la última vez que te sentiste insultado o menospreciado. ¿Qué parte de ti fue herida? ¿Tu verdadero Ser (que es intocable) o tu imagen (Ego)?
- El Disfraz: ¿Qué etiquetas usas para definirte y sentirte seguro? (“Soy abogado”, “Soy madre”, “Soy listo”, “Soy víctima”). ¿Quién serías si te quitaran todas esas etiquetas mañana?
- La Práctica de Hoy: Humilla a tu Ego voluntariamente. Haz una tarea “inferior” a tu estatus social. Limpia el baño de la oficina. Sirve café a alguien que no te cae bien. Pide perdón primero aunque creas tener razón. Siente cómo el Ego se retuerce, grita y muere un poco. Ese dolor es el sonido de tu libertad naciendo.